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Las Adopciones

 

         Cuando alguien causaba daño a otra persona, la víctima, tiene el derecho a enfadarse por el daño sufrido y a pedir una reparación. Y si no lo hace ella, otra persona asumirá en su lugar el enfado y llevaría el deseo de venganza, ocasionando daños más graves que si la víctima originaria se hubiera ocupado de sus derechos. Es decir, el rencor reprimido vuelve a surgir más tarde en los descendientes. Cuando la víctima se considera demasiado “noble” como para enfadarse es porque prefiere sentirse inocente y sufrir, en vez de actuar. Sin embargo, la víctima no tiene que pedir algo “demasiado costoso” para reparar el daño y la injusticia. Así, se respeta al “culpable”, sin buscar humillarle. De lo contrario, la víctima se situaría en el papel de perpetrador, es decir, causaría daño, y el perpetrador (culpable) pasaría a ser su víctima. Esto hace que se caiga en el círculo vicioso y no se encuentre la solución. Es decir, quien se venga sobre medida, hace que la relación se rompa, ya que no se miran de igual a igual. Por tanto, será necesario que ambos reconozcan su parte de responsabilidad en lo ocurrido. Así, ninguno acaba siendo superior y se pueden permitir comenzar de nuevo. Quien perdona, se coloca en una posición superior y aquel que fue “perdonado” pierde su dignidad y se le etiqueta como “el pobre pecador”.

         El perpetrador o culpable, tiene que asumir las consecuencias del daño causado, reparándolo dentro de lo posible (a veces secretamente), y decir sinceramente: “Lo siento”. Así, la relación se puede reanudar de igual a igual. Sin embargo, si pide perdón, nos pasa la responsabilidad de su culpa.

         En las familias, las culpas no asumidas por los antepasados, pasan a sus descendientes, haciendo que éstos expíen en su lugar. Sin embargo, tomar la culpa de un antepasado con la ilusión de redimirle y saldar la deuda, no soluciona el problema, tan sólo es una persona más que sufre y limita su vida. Tomando sobre nosotros la culpa de otra persona, lo privamos de la fuerza de hacer algo bueno con esa culpa y reparar el daño causado. ¡La culpa adoptada siempre debilita!, ¡la persona que lleva su propio destino está fuerte!

       Todos nos hayamos implicadas en dinámicas sistémicas que nos dominan. Por tanto, detrás de los peores comportamientos actúan fuerzas de lealtad, fidelidad y amor a los miembros de nuestro sistema familiar.